10 abril, 2007

MIRANDO DIRECTAMENTE A LA CÁMARA

En los años sesenta, Robert Wise marcó un hito en la historia del cine dirigiendo dos de las películas musicales más importantes de la historia del cine: West Side Story (1.961) y Sonrisas y Lágrimas (1.965).

Son dos películas que me gustan muchísimo, aunque siempre he pensado lo contrario a lo que piensa todo el mundo. Lo normal es decir que Sonrisas y Lágrimas es terriblemente cursi (que lo es) y concluir que es raro que un director que ha sido capaz de plasmar la rudeza de West Side Story, de repente, pueda dar ese giro tan sensiblero.

Lo que yo creo es que Sonrisas y Lágrimas es cursi tratando de ser cursi, pero West Side Story es todavía más cursi porque oculta su amaneramiento. Es como esa teoría que dice que un documental que miente es más mentiroso que una película de ficción, en la que desde el principio asumes que todo es mentira.


En West Side Story hay frases y situaciones de guión que llaman la atención por su cursilería casi naif: la chica que quiere luchar como un chico y se comporta como una totorota, o Tony (“Tony, Tony”), que se compara así mismo con las miles de burbujas de una botella de Coca-Cola y dice cosas del tipo: “Anoche estaba soñando y cuando desperté tenía la mano levantada, como esperando algo...”


Con esto quiero decir que detrás de una supuesta película callejera como West Side Story, se encuentra una de las películas más cursis que se han escrito. Y que conste que es complicado encontrar a alguien que le guste más West Side Story que a mí.


Ayer volví a ver Los paraguas de Cherburgo, una película musical francesa que había visto en mi infancia, presionado por mi padre, ya que se trata de su película favorita, y es una auténtica obra maestra del cine. Lo curioso es que no tenía muchas ganas de verla, aunque me apetecía oír su banda sonora. El resultado es que vi la peli dos veces seguidas. Cuando terminó, decidí volver a ver el primer número musical y, de repente, la había visto entera otra vez.


La edición en DVD es extremadamente buena, no por los extras, sino por la calidad de la imagen. Cuentan en sus tristes extras que en el año 92 se hizo una restauración magnífica. Los franceses son los mejores haciendo estos trabajos.


Los Paraguas... me ha sorprendido porque es un musical que se supone muy cursi, con la niña pija cantando a su chavalín, que trabaja en un taller de coches, que se va a la guerra y... sin embargo, es una película extremadamente moderna, de encuadres, de fotografía, de música, de fotografía (eso ya lo he dicho, pero... ay... los colores). En realidad, es justo lo contrario que West Side Story, destila verdadera crudeza y atrevimiento por todas partes.


Debo decir, antes de que alguien me haga caso y se compre la peli, que en Los Paraguas no se habla en ningún momento, ni siquiera se recita, es toda cantada. De hecho, es el musical más musical que he visto, porque realmente es un guión en donde no sólo se dicen cosas importantes en plan “te quiero, no me abandones” sino que también se cantan las conversaciones normales que definen a los personajes: “pásame ese plato que tengo algo de hambre”.


La narración cinematográfica es sorprendente. En un momento dado, utilizan un recurso que siempre me ha llamado la atención y que es difícil que quede bien: los actores miran directamente a cámara. Es un momento extraño, Catherine Deneuve está cenando con su madre y con un tipo rico que su madre le intenta meter por los ojos. Y el director los encuadra de frente, mirando a cámara (para los que no hayan visto esta peli, esta escena, sin ser extraordinaria, define muy bien la peli porque es una conversación normal pero cantada):



Desde luego, no es un encuadre en plan Nöel Burch, teórico que pugnaba por los seis espacios: los cuatro que delimitan el encuadre, el quinto es la zona de cámara y el sexto espacio se sitúa detrás del decorado (este se puede ver a través de una ventana o cuando un personaje sale por una puerta). Son espacios, en muchos casos intuidos, que algunos directores como Woody Allen manejan muy bien.


Cuando un personaje mira a la cámara, de alguna forma rompe el supuesto quinto espacio y mira directamente a los ojos del espectador. Hay mil ejemplos sobre miradas al corazón de la sala oscura, pero a mí me encanta la de Kevin Costner en J.F.K. cuando pide a los miembros del jurado que mediten sobre los acontecimientos que acaba de explicar para después mirar directamente a la cámara (o sea, nos pide que meditemos).


Y todo esto, en realidad, lo cuento para explicar que aquí NO pasa eso. Catherine Deneuve simplemente mira a la persona que está sentada enfrente, pero es la cámara la que ha ocupado ese lugar. Pero el plano está a su altura y totalmente de frente, por lo que el director, en ese momento, se salta todas las reglas establecidas para el cine transparente que tanto propugnan los americanos. Amigos, eso es puro lenguaje cinematográfico.

PD: Por cierto, hay muchas escenas maravillosas en la peli, pero en Youtube sólo encuentro la sintonía que se hizo más famosa aquí y aquí, la que canta Deneuve (en playback). Una lástima porque el resto de la partitura y de la película es espectacular.

3 comentarios:

  1. Papá nos llevó al cine a una sesión matinal sobre el año 84. Ibamos Manolo,papá tu y yo.

    No se como Manolo no se fue huyendo a Tumbuctú des pues de aquello.

    Qué raros eramos en está familia!!

    Eramos?

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  2. Qué miedo me das... Justo ayer hablaba con no sé quien de los paraguas de Cherburgo. No me leas la neurona!!
    Por cierto, a mí el abuelo también me la enchufó en su momento, a pesar de que mi madre intentó hacer todo lo posible para evitarlo xDD

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  3. Ah, por si no ha quedado claro, me gustó ^^

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